Hubo un tiempo en que había que correr hasta el puesto de periódico por el diario de ese día, la revista de la semana, un libro que formaba parte de una colección sólo difundida allí o hasta publicaciones con algún detalle de regalo (aviones para armar, por ejemplo). Si ya te lo habían ganado debías recurrir a otra edición que no te interesaba tanto, pero era lo que había (otro diario, otra revista). O sino regresabas a casa con todo el malhumor del mundo.
Ahora todo eso ya es casi reliquia. Y los puestos de publicaciones impresas en cualquier momento pasarán a formar parte de algún museo que exhiba las piezas dinosáuricas del mundo editorial. Una antigüedad tan cercana y efímera como el diario de ayer.
La culpa de tal desasosiego es de internet. Leemos y no informamos, igual que nos desinforman, despreocupados de llegar a tiempo por el papel. Una transformación inestimable que como contraparte también ha dado lugar a la piratería virtual. Periódicos, revistas, libros, ya no hay que pagarlos, el mundo digital lo hace gratis.
La clonación de libros -eran tan perfectos años atrás que al ojo desprevenido y sin malicia pasaban desapercibidos-, ahora llega en formato pdf. También diarios y revistas. Con las nuevas tecnologías boyantes, hasta los eximios clonadores del papel pierden mercado mientras las casas editoriales se mueven a velocidad de elefantes.
Los lobos de la industria de la impresión -si nos regimos por una mirada aséptica de la ley-, los que tenían que conformarse con tirajes menores y obligados a aceptar los encargos incómodos, se queda sin otra veta del negocio.
El silencio es el mejor aliado, los tips sobre descargas corren como murmullo.
Whatsapp o Telegram son ahora las nuevas vía de la clonación. Libros y revistas circulan por allí a velocidad de un click, eximidos de pagos de patente, sin dejar que los textos respiren, apenas salido de la imprenta o de un archivo digital. Es el caso de Regreso a la jaula, de Roger Bartra, que con escasas semanas en venta ya circula gratis en plataformas de mensajería, así como magazines y periódicos horas después de su publicación. Con tan sólo una suscripción digital, el pdf echa a andar la maquinaria de la lectura gratuita. Y si no es la suscripción están las tiendas online; el libro se compra y de inmediato pasa al depósito de los sitios de piratas digitales transformados en epub. El silencio es el mejor aliado, los tips sobre descargas corren como murmullo entre lectores.
Al ebook le ha costado entrar en celulares y tabletas (especialmente para las generaciones de canas en ascenso), pero hacia allí va caminando persistente, más económico y con seguro de mercado ganado. El libro no es el único que se queja por sus despojos: películas y series ya se le anticiparon, lo mismo que las transmisiones online de futbol y otros deportes marginados del esquema más barato del sistema de cable.
Los autores se resignan. No reciben ingresos, y pueden justificarse en que quizá así las lecturas se amplíen. El dolor se siente entonces cuando toca recibir regalías, las que las editoriales justifiquen o Amazon disponga. Del otro lado, siempre que el autor no haya optado por lanzarse sólo a publicar -hacerlo online se ha convertido en una verdadera opción-, las empresas que invierten en autores, diseñadores y publicistas, pierden también algo de la tajada que esperaban recuperar de su apuesta comercial. Un mundo oscuro en internet se beneficia.
El capitalismo de la clonación tiene larga vida en su nueva versión digital. Apostar a las buenas conciencias que la rechacen, no parece ser opción.
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