Darío Fritz
Espejos. Asociemos espejos. Historia uno. Un hombre se tira de espalda al piso de cemento. Y levanta la mirada. Encima, a centímetros tiene una maraña de fierros, lámina y mangueras. Fuerza una llave francesa, golpea, revisa. Maldice. Sale de allí. Se para frente a esa obra ajena que no logra desentrañar. Aplica la llave, golpea, revisa. Maldice. Da una vuelta. Mira a su alrededor. Nadie lo escucha en la soledad pueblerina pampeana. Busca otra llave. Insulta. Regresa al piso. Embarra sus manos de grasa. Maldice. En la furia se lleva dioses, vírgenes y ángeles. Las maldiciones se hacen terrenales en sus bolsillos vacíos que le impide ir por una solución con el único mecánico del lugar. El viejo Ford Falcon negro con destellos insignificantes de un amarillo taxista permanece inmutable. Negado a encenderse.
Historia dos. Un vocho 1975 fenece a un costado de la autopista México-Querétaro. Se encontró con una suave ondulación del terreno y allí dejó su último suspiro. Como el soldado se deja caer por la bala mortal. El mecánico de una camioneta grúa tan arcaica como el bocho -él sí la sabe cuidar-, ha dado el veredicto. Desvielado. No he tenido que llamarlo. Me vio en la caseta, tres kilómetros abajo, y advirtió ese paso agonizante, que nunca pude advertir, confiado en sus cualidades de sobrevivencia. Un padre y su hijo negados a la mecánica automotriz. De nada les sirven dos hermanos mecánicos -dos tíos-, demasiados lejanos para prestar auxilio. Veinte años entre uno y otro, con diez mil kilómetros de distancia de por medio, las imágenes abren un mundo para el novelista que podrá relatar sobre frustraciones, ignorancias, soledades, torpezas, miserias, nostalgias. De esas imágenes el espejo prodiga también historias al periodista, las asociará a un tiempo pasado o presente, impedido de inventar, atadas a los hechos y los detalles.
Y aquí me detengo.
¿De dónde parten las historias? ¿En qué momento en ese caos organizado del cerebro, una abstracción se incrusta para transformarse en idea y aflora como un destello hasta terminar tiempo después en quince mil caracteres que otros disfrutarán con el simple recorrido de un dedo sobre el celular? Ursula K. Le Guin dice que es un verdadero misterio. Un dulce misterio. Y pone como ejemplo una frase del músico country Willie Nelson cuando respondió sobre el origen de sus melodías: “El aire está lleno de melodías, yo solo estiro la mano y tomo una”.
¿De dónde parten las historias? ¿En qué momento en ese caos organizado del cerebro, una abstracción se incrusta para transformarse en idea y aflora como un destello hasta terminar tiempo después en quince mil caracteres que otros disfrutarán con el simple recorrido de un dedo sobre el celular?
Veamos casos. El periodista observa el despliegue de imágenes de una revista del corazón y se pregunta por qué es desconocida esa casa de la mujer del presidente de la república. El escritor mira los escaparates del supermercado y le resuelve la escena de su último libro de terror. La periodista observa ciclos de violencia en una comunidad indígena y se adelanta a enfrentamientos próximos con las autoridades locales que luego constatará. El escritor hace listas de sustantivos, palabras que resumen imágenes, y años después le sirven para escribir una historia de ciencia ficción. El periodista revisa documentos desclasificados y halla que los asesinos de un hombre no son los que se dijeron. Una escritora — la británica Elizabeth Taylor— imagina historias mientras plancha su ropa.
Unos y otros, en la realidad de los hechos del periodismo y en la ficción de la literatura caminan sobre senderos paralelos. Así sea bajo las piedras —los cuerpos y restos de los desaparecidos que buscan sus familiares en México— como entre las ramas de los árboles —Cosimo Piovasco, en El barón rampante de Ítalo Calvino—, las historias creíbles, prepotentes en cada párrafo, irrefutables en sus líneas, ganan público y perduran en el tiempo.
Nada surge de la nada. Ni para el periodismo que se naturaliza en los hechos ni para el autor de ficciones que fertiliza la creación día a día. Todo o nada puede ser detectable. Pero si nada hallamos no seríamos periodistas Está claro. Ni cabría un reportaje sobre el mundo actual, parodiando a Goethe, ni imitar a Flaubert en su idea literaria de escribir sobre un libro acerca de la nada.
Y aunque el periodismo puede ser mirado desde fuera de la profesión como el más rupestre de los géneros literarios, cosa que nunca aceptaremos, pese a que muchos colegas se empeñan en demostrarlo, tiene en los Emmanuele Carrere, Rodolfo Walsh, Gabriel García Márquez, Gay Talese, Leila Guerriero, Villanueva Chong, Boris Muñoz, las tradiciones de la mejor escritura fundada en las más inhallables historias periodísticas. Varios de ellos han tomado y aprendido del periodismo de juventud para luego hacerlo obras excepcionales de la literatura. Tomás Eloy Martínez, en un texto sobre narrativa que debería ser obligatorio de leer en las redacciones y los cursos universitarios, nos recuerda que todos los grandes autores latinoamericanos pasaron alguna vez por el periodismo. Lo cual le da a esta profesión ese prurito egocéntrico, aunque algo mancillado, de semillero en las letras.
El periodista que se precie de serlo —lo contrario sería saltar a cuentista, o militante de causas de otros— requiere de la inventiva para existir y permanecer. Pero una inventiva que no es ficción. A decir de Ursula K. Le Guin, “los escritores de narrativa de no ficción que ’crean’ hechos o introducen invenciones en aras de la conveniencia estética, las ilusiones, el consuelo espiritual, la cura sicológica, la venganza, las ganancias o cualquier otra cosa no están empleando la imaginación, sino traicionándola”.
¿Qué es eso de la inventiva en el periodismo? O mejor dicho. ¿Dónde hallo las historias que le cortarán el aire a un lector? Tomás Eloy decía que “no todas las noticias se prestan a ser narradas. Pero antes de rechazar el desafío, un periodista de raza debe preguntarse primero si se puede hacer y, luego, si conviene o no hacerlo”. Hay un proceso de sumatorias de hechos para el periodista que parte de la idea, toma forma en el tema y le da intención en el enfoque o el ángulo elegido.
Si el cruce imágenes entre ese pasado de mi padre que se desbocaba en impotencia —por la ignorancia en la mecánica y la fatalidad del dinero ausente— y dos décadas después su hijo varado en una autopista asume la frustración, la soledad o la nostalgia como temática, entendí que siendo periodista debemos enfocarla hacia algo: una crónica sobre un frustrado intento de mudanza de una ciudad a otra que cuente cómo es el México desde la orilla de la carretera a bordo de un Volkswagen Sedan, un reportaje que cuestione el mito del auto casi irrompible al que un analfabeta de la mecánica debería ponerlo a punto, o más allá, cómo explicar la idolatría de un país por ese escarabajo que al paso de cada bache parecía desarmarse.
Para encontrar temas no se puede dar palo de ciego. En realidad, no los damos. Eso pasa únicamente entre estudiantes de periodismo, sin bagaje, ni contactos como para dar los primeros pasos. La calle, en esos inicios, puede ser del tamaño de un océano Atlántico.
Contaminación de aguas y del aire, exterminio de especies, suciedad en los parques, enfermedades invisibilizadas, violencia, desaparecidos, criminales, lavado de dinero, delitos de cuello blanco, evasores de impuestos, delincuencia cibernética, licitaciones amañadas, contratistas espurios, abuso del poder, abuso de género, políticos manipuladores, empresarios inescrupulosos. Pensamos en ellos como si un Premio Nacional de Periodismo estuviera a la vuelta de la esquina. Pero olvidamos que en las historias cotidianas y más cercanas es por donde se empieza. Los detalles están alrededor. “No miramos lo que hay, lo real”, dice la escritora Hebe Uhart. Las historias están, como en esos retratos de soledades de Edward Hooper, edificios donde vemos al saxofonista practicar, tareas nocturnas en una oficina, un anciano que se asoma al balcón, alguien que se ducha, que pinta o el beso de un par de parejas (el inglés Phil Lockwood las condensó a modo de homenaje en Offices at Night), pero en realidad no sabemos nada de ellos, pasan delante de nuestros ojos y nada más. Como mirones nos quedamos en la superficie. Quedarnos allí como periodistas es como dejar morir la nota en las declaraciones trilladas de un político o del deportista al finalizar un juego. Hay más de una cara de cada historia, de la superficial a la trastienda, mucho polvo y mugre bajo la alfombra que hurgar, como la sentina de los barcos.
Tenemos que hallar temas, y una vez cazado saber ir por su enfoque que será todo para hacerlo imprescindible, necesario, diferente. El Nobel alemán, Heinrich Böll, lo advertía: “Un tema no se produce de buenas a primeras, si ocurriera así no sería un tema auténtico… El material para la narración exige que se le asedie, tiene que ser escuchado, sondeado profundamente, hay que hacerle la corte, acercarse a él furtivamente. Una vez que se ha localizado, entonces puede ponérsele la pistola en el pecho, pero jamás, jamás, matarlo”.
¿Que en los conflictos hay temas? Siempre. Pero su impacto difiere. Las atrocidades en los Balcanes, Siria, Chechenia, Irak o Ucrania lo confirman. Ahí están. Las miserias de familias masacradas, los rastros del dinero que llevan y traen armas, la contaminación ambiental del combustible que se quema. El narco ocupando territorios, comprando voluntades, aterrorizando poblaciones. ¿Será tan interesante como para que un lector se pase de su parada final del camión o postergue la salida a comer en el horario de oficina?
Hay más de una cara de cada historia, de la superficial a la trastienda, mucho polvo y mugre bajo la alfombra que hurgar, como la sentina de los barcos.
Carl Bernstein dice que hay que llamar a todas las puertas. Una definición que habla tanto de verificar información como de hallar las historias. Para consumar Watergate no alcanzaba con que unos personajes se presentaran ante un juez para explicar sobre su detención en la sede del partido demócrata que eran cubanos, anticomunistas o ex agentes de la CIA. Los temas están en la criminalidad de un área urbana, el rastro del dinero en los desvíos en un programa, las tragedias, las religiones (intentos de “conversión” de personas de la comunidad LGBTI+), el progreso (desarrollo inmobiliarios urbanos de autorización oscura), los desvalidos (el agua para las mineras en detrimento de poblaciones indígenas), el sexo en personajes públicos —Bill Clinton en la presidencia, un magistrado, un profesor o un funcionario acusados de acoso en México—, la salud, los deportes.
Pero ¿qué tanto de esto ya se sabía? El hallazgo de Rafael Cabrera en la revista ¡Hola! de una casa presentada por la esposa del presidente Enrique Peña Nieto y el conflicto de interés que suscitaba, era inédito. Otro caso: la propuesta original para el libro “Con la muerte en el bolsillo”, pretendía concatenar los vínculos entre muchos hechos públicos y de baja repercusión sobre el crimen organizado a fines de los años 90 y comienzo del siglo XXI. De allí saldrían historias desconocidas que en el libro revelamos. Lo cual da la pauta de que la original no se basa en proceso predeterminados.
El editor peruano de la desaparecida revista Etiqueta Negra, Julio Villanueva Chang, decía que “la originalidad es, por definición, excepcional (…) Para llegar a ser original, se necesita convivir en abundancia con lo contrario. Para ser original se necesita ser un buen vecino de lo ordinario y lo mediocre, y ser uno mismo muchas veces. (…) La inspiración no es tanto iluminación divina ni acrobacia cerebral; tiene más de intuición, asombro y sentido común. Se trata de voltear a ver lo que ya está en nuestras narices y nos hemos familiarizado tanto en ignorar”.
¿Cuánto sentido tiene la historia? ¿Resulta verídica? ¿Habrá quién intente ocultarla? ¿Afecta a alguien? ¿Cambiará algo con mi historia? Preguntas básicas que hacernos para darle viabilidad a un proyecto de investigación, pero que muchas veces pecan de prescindibles por su propia obviedad y que llegamos a negar por simple pereza intelectual.
El periodista “ha de tener del perro el olfato”, describió Mariano José de Larra, Fígaro, en un divertido artículo de 1834, “para oler con tiempo dónde está la fiera, y el ladrar a los pobres, y ha de saber dónde hace presa, y dónde quiere Dios que hinque el diente”. Olfato, es una bonita y remanida palabra del argot periodístico, que puede decirnos mucho y que para alguien ajeno a la profesión sería tan insulso y abstracto como entender de qué va la física cuántica, pero no es otra cosa que estar concentrados y con los ojos bien abiertos, algo que el científico Alexander Fleming recomendó para tener éxito en las investigaciones sobre ciencia.
¿Cuáles son las angustias de los habitantes de una ciudad?, se preguntaba Tom Wolfe, dándole a la frase de Fígaro, una razón de ser. Entrar a una oficina del correo estatal mexicano, puede ser una experiencia cautivante donde se huele el olvido, el empleado hinca el diente, la computadora es posible no tenga registro del paquete reclamado por el cliente. Puros sentidos puestos en hallar una historia que contar: desde cuándo ha sido abandonado, qué presupuesto ha perdido, cuándo las tecnologías lo perdieron. “Aprender a observar es la base de todas las artes, menos la música”, decía Simone Weil.
El olfato llama a indagar. En hacernos de nuestros propios informantes o corresponsales. ¿Qué dice el guardia de seguridad de lo que está ocurriendo en el condominio?, ¿y el portero del edificio se enteró de algo nuevo en su calle? ¿qué están reciclando los recolectores de basura? La tía enfermera en el hospital, ¿qué cuenta de los insumos médicos que menos se usan? ¿Y la estilista? La esposa del periodista Roberto Bardini escuchó hablar en una peluquería de Tegucigalpa a unas mujeres de acento argentino que estaban allí para acompañar a sus esposos militares. Fue la punta de lanza para descubrir que esos militares entrenaban en tácticas de guerra sucia —eran años ’80, tiempos de dictaduras y guerra fría en Latinoamérica— a sus pares hondureños y como parte de la estrategia de la CIA de combate al supuesto comunismo en la región.
La periodista Laura Castellanos observa, pero también analiza. Años atrás recorrió la sierra de Guerrero y vio cómo muchos pobladores abandonaban sus comunidades acosadas por narcotraficantes. Ya había intención de la gente de armarse para la autodefensa porque el estado no los protegía. Armarse, seguramente generaría resistencia de ese estado ausente. Así lo había documentado Carlos Montemayor; a una acción de protesta le seguía la represión policial y así escala. Su reportaje fue predictivo de lo que ocurriría años después.
En la novela El pintor de batallas, Arturo Pérez-Reverte ofrece desde la fotografía una analogía del enfoque en las historias. “Fotografiar es encuadrar, y encuadrar es elegir y excluir… Salvar unas cosas y condenar otras. No todo el mundo puede hacer eso: erigirse en juez de cuanto pasa alrededor.” Elegir y excluir, una definición para la mirada personal de cada elección en una historia, que desmitifica la inexistente objetividad del periodismo.
Una historia por escribir aún. ¿Qué tanto pagan en impuestos las estrellas del futbol nacional? Dos: Si sobre la vereda de una cuadra de una colonia de clase media, familias con niños esperan desconcertados junto a viejos muebles, cajas, bolsas, ropas desperdigadas, la pregunta a resolver es a dónde irán. Está claro que han sido desalojadas, no pueden pagar rentas altas en una colonia de mayor plusvalía. Donde están las viviendas que tuvieron que abandonar, en dos años otras familias habitarán un edificio de varios pisos y lujos que ellos no se podrían dar. Tercera. Si las investigaciones policiales no dan resultados y la impunidad de impone sobre más del 90 por ciento de las denuncias de asesinatos o desapariciones, por qué no meternos en la piel de los ministerios públicos a cargo de investigaciones para tratar de entender qué está fallando. Una última: A tres años de la tragedia de Tlahuelilpan, ¿qué ha pasado con los sobrevivientes? ¿fueron subvencionados por el estado? ¿el robo de gasolinas de los ductos de Pemex, persiste en esa zona?
Festina lente, apreciaba Ítalo Calvino. Apresúrate despacio. Nada más apropiado para el periodismo, para pensar y articular historias, hasta convertirlas en quince mil caracteres.
Hay imágenes que por alguna razón no convencional nos quedan grabadas. Las de los autos sin reparar con que comienza este texto es una de tantas que la memoria nos guarda. Pero la memoria no es confiable. Pasado los años, el recuerdo y la interpretación varían. Una libreta es práctica solución. Las ideas, los temas y los enfoque cada vez que surgen allí deben quedar almacenados. No se trata de un diario personal, sino de registrar aquellos que en algún momento puede ser el disparador de una investigación. Puede ayudar para mañana como para dentro de varios meses. Ray Bradbury así trabajaba. Borges descubría las ideas para el argumento de un poema, pero no se apresuraba. Encontraba en algún otro momento la oportunidad para elaborarlo.
Festina lente, apreciaba Ítalo Calvino. Apresúrate despacio. Nada más apropiado para el periodismo, para pensar y articular historias, hasta convertirlas en quince mil caracteres.
Texto elaborado para el curso “Laboratorio de proyectos de periodismo de investigación”, impartido dentro del “Programa de actualización para periodistas en México”, organizado por UNESCO, abril de 2022.
Comments