El mensaje era contundente: puedo transcribir lo que haces en una videollamada y hasta te lo hago saber si quiero

La pesadumbre de arar en el mar suele ser pasajera. Tiene que serlo.

El botón rojo hoy no es el de la Guerra Fría y el temor a la hecatombe nuclear. Bajar el switch de Internet tiene más poder.

Lanzan señuelos para el aplauso, pero la tragedia sigue allí, alimentada a diario por la crueldad.

Ojo por ojo, la crítica pierde fuelle.

El tiempo nos pone a debatir sobre lo que somos y queremos de nosotros mismos. Pero en su empleo el ajetreo diario nos lleva a sintonizarlo bajo los mismos rudimentos comunes a todos: el trabajo, el esparcimiento, las horas de sueño, y poco más.

El desparpajo de sentirse intocable siempre cuenta.

54.8 por ciento de la población ocupada se lo debe a la informalidad. Toda una vida puede recorrer ese camino.

Baches. Una colección de agujeros que ni el peor Lucifer haya diseñado.

Aterrador como esa necesidad de sobrevivir en el limbo. El lugar en el mundo puede no estar.

El conformismo campea con gloria. No hay afán por cargar culpas, sino hallar en qué lugar nos ubicamos en este momento de la historia.

No se hace fácil abrazarnos a la ignorancia. Menos en vacaciones. Ya nadie quiere despegarse de la tablet, el celular, la computadora.

El acoso que rompe intimidad y privacidad es permanente.

El genocidio israelí no es solo obra de su estado. Las rutas del dinero llevan a empresas aliadas en varias áreas de la economía.

Desde que el mundo ya no se divide por color, el miedo al diferente, al raro, al de acento extraño, se ha acentuado. Se asimila que el racismo existen sin consecuencias.

Tanto interés genuino por levantarnos a diario y saber con qué “merde” nos toca amanecer. Mucha merde.

La memoria es un bicho traicionero, que nos pone a digerir los escándalos del presente. Y opaca las luces del pasado.

La política impulsa la mentira y el control en redes sociales. Eso nos dice la encuesta reciente de la Fundación Reuters.

Cuando justicia y política intervienen en una u otra, la democracia entra a tambalear.

Cuatro tipos entran a desayunar al restaurante de la carretera con sus Uzi bajo el brazo. Custodian a una rubia bonita y sus amigos. Sorpresa e incredulidad. ¿Miedo? El espanto ya no lo conjugamos