El desparpajo de sentirse intocable siempre cuenta.

Cantarle a un criminal, festejarlo y enaltecerlo, no dice nada nuevo. La violencia está normalizada y el negocio ilícito también.

La cotidianidad del feminicidio puede caer encima a bocajarro.

Pasan los días, los años, y cada número o cada caso, en el terreno de la corrupción o de la impunidad, se apaga en la memoria.

La violencia que no se ve, no existe. Ciudadanos, sacerdotes, empresarios, las víctimas allí están, bajo el fenómeno de su normalización.

Como un camorrista, Donald Trump ha logrado lo que quería. Si lo que dijo en campaña se traduce en hechos, el futuro será inquietante.

Quieren cortar cabezas en el Poder Judicial, pero para el enfermo ni paliativos.

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