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Sutilezas de economistas




Darío Fritz

Los más cumplidos dicen que los distintos comités que deciden las premiaciones de los Nobel son muy acertados. No se equivocan en los elegidos, lo cual asemeja a demasiada condescendencia para un mundo de acreditadas imperfecciones. Incluso en los Nobel. Polémicas y disgustos han engalanado también su aura de prestigio: “cuando hablamos, quedamos en ridículo”, describió Herta Müller, al recibir el Nobel de Literatura en 2009. Entre los físicos el escándalo se sitúa con William Shockley, defensor de la eugenesia; Joshua Ledernerg, en Medicina (le robó el descubrimiento de un virus a su mujer), James Watson (antisemita) o Harald zur Hausen (ligado a una empresa farmacéutica); el químico alemán Fritz Harber, que supervisaba matanzas en la primera guerra mundial, y su par Kary Mullis que creía en alienígenas y negaba el sida. Donde más prendió la mecha ha sido en el terreno de la política para el Nobel de la Paz (Cordell Hull, Yaser Arafat, Henry Kissinger, Barak Obama, Abiy Ahmed, Aung San Suu Kyi) y en menor medida en literatura (Bob Dylan, Peter Handke y el escándalo de 2018 con Jean-Claude Arnault que impidió su anuncio). Solo en uno de los premios, los laberintos polémicos de los personajes no han aterrizado: en el de los economistas.


En el área económica, donde se mueve el día a día, al que una catástrofe, una guerra, el incremento del precio de los alimentos o perversas especulaciones financieras pueden trastornar la vida de la gente, los miembros del comité han decidido dar lugar a una consistente selección de investigadores y pensadores armados de respuestas y acompañados de ideas, para hacer un mundo sin tantas flaquezas para las mayorías. Una crítica permanente al sistema económico global se traduce con sutilezas en cada premiación.


Si se hace una revisión amplificada y secuencial de la última década del Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel, podemos revisar la película completa hacia donde se ha ido dirigiendo la mirada coherente de los diferentes jurados. Empieza en 2013 con tres estudiosos de enfoques contrapuestos sobre los mercados (Eugene F. Fama, Robert J. Shiller y Lars Peter Hansen) y que hablan de burbujas, caídas, pánico, donde tiene que ver la sicología de los inversores y apostadores financieros. Al año siguiente, se manifestó sobre el descontrol de los mercados cuando es manejado por grandes empresas. “Cómo domar a las firmas poderosas”, se preguntó el jurado. “Muchas industrias están dominadas por un pequeño número de grandes empresas o monopolios —explicó—. Si se los deja sin regular, esos mercados usualmente producen resultados indeseados por la sociedad”. Quien daba respuestas era el economista francés, Jean Tirole.


En 2015, halló en el escocés Angus Deaton, un referente sobre el consumo y su vínculo con la generación de riqueza. El jurado quería responder a tres preguntas: ¿Cómo distribuyen los consumidores sus gastos entre diferentes bienes?, ¿cuánto de los ingresos de la sociedad se gasta y cuánto se ahorra?, ¿cuál es la mejor forma de medir y analizar el bienestar y la pobreza? Deaton diría luego que el problema no es tanto el consumo, sino el daño que causa en otros, como en el caso del cambio climático y la creciente desigualdad. Un año después, el premio que otorga el Banco de Suecia desde 1968 —Alfred Nobel no lo había contemplado en su testamento, por eso es el único de las diversas disciplinas del premio que nació más tarde y por fuera de la Fundación Nobel—, intentaba responder a qué se puede hacer para mejorar la eficiencia de los contratos ya sea en la productividad laboral o si un hospital debe ser de gestión pública o privada. Premió las investigaciones del británico Oliver Hart y el finlandés Bengt Holmström.


Para 2017 ponía el foco en cómo ayudar a las personas a ejercer un mejor autocontrol para ahorrar de cara a una pensión o la hipoteca de la casa. El estadunidense Richard Thaler hacía sus aportes a las tendencias cognitivas y emocionales, humanas y sociales, en la toma de decisiones económicas. Thaler escribió en coautoría el best seller Un pequeño empujón, donde refiere a los impulsos que se necesitan para tomar mejores decisiones sobre salud, dinero o felicidad.


El siguiente año fue una mixtura de temas en la premiación, entre los costes y beneficios de reducir las emisiones contaminantes —los agentes económicos no pagan un precio por las emisiones de carbono, y deben hacerlo, dijo el premiado William D. Nordhaus—, y acerca de qué hace que una economía innove y crezca más que otras gracias a las innovaciones tecnológicas (Paul M. Romer). Aunque parecieran desasociadas, explicaba el comité, “la economía de mercado interactúa con la naturaleza y el conocimiento”.

La pobreza regresó como preocupación en 2019 a partir de evidencias científicas que ofrecen bases para su combate. Abhijit Banerjee, Esther Duflo y Michael Kremer contribuyeron con nuevas miradas para entenderla y ofrecer respuestas que no estaban tanto en mayores presupuestos o la entrega de microcréditos, sino en el día a días de los pobres: como en ofrecer tratamientos contra las lombrices parasitarias de los niños o llevar el fertilizante y el agua potable a las casas de los campesinos antes que involucrarlos en trámites burocráticos.


Para 2020, los estadounidenses Paul R. Milgrom y Robert B. Wilson, matemáticos y profesores de la Universidad de Stanford, se llevaron el premio por sus investigaciones que revolucionaron los formatos de subastas (como en electricidad e hidrocarburos), es decir le dieron mayor transparencia y eficiencia, especialmente para las arcas públicas, donde los mecanismos de compra suelen someterse a procesos de corrupción.

Los mensajes punzantes de los jurados continuaron en los últimos cuatro años. En 2021 precisaron sobre la economía del trabajo. ¿Cómo afecta la inmigración a los salarios y los niveles de empleo?, ¿cómo una mayor educación puede afectar al sueldo futuro de una persona?, se preguntaron. Está demostrado que incrementar el mínimo salarial no genera despidos, advirtieron, al citar a los galardonados: el canadiense David Card y los estadounidenses Joshua Angrist y Guido Imbens.

En 2022 se centró en las crisis bancarias y cómo hacerles frente (Ben Bernanke, Douglas Diamond y Philip Dybvig) y un año después destacó las investigaciones de la profesora de Harvard Claudia Goldin (tercera mujer en obtener el premio en 55 ediciones, en este caso sola) por la baja representación femenina en el mercado de trabajo y sus salarios más bajo respecto a los hombres.


Este 2024 el comité ha puesto el acento en las incapacidades y aciertos de los gobiernos a la hora de generar una economía inclusiva. Allí se puso como ejemplo la frontera México-estadounidense. ¿Por qué de un lado se generan riquezas que en el otro no se dan? Ante preguntas como ¿por qué algunos países ricos en recursos naturales no pueden salir de la pobreza y sí lo logran otros, con menos recursos? o ¿cómo las decisiones gubernamentales afectan la eficiencia en la asignación del gasto público?, los premiados Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A Robinson ofrecen respuestas y salidas.


Con los pies sobre la tierra, los jurados del Nobel en economía no dan puntadas sin hilo. Apropiados de los números que dan certezas y las pruebas que se corroboran, cada premiado marca un sendero, aunque luego desde los palacios donde se toman decisiones insisten en obviar. Se nos ha hecho creer que la economía es algo para profesionales —economistas y “expertos” que se plantan a explicarla son los primeros en contribuir a que no se entienda, mientras los gobernantes no quieren lidiar con ella—, pero no es así, como lo ha demostrado el coreano Ha-Joon Chang (pueden revisar Economía para el 99% de la población). Varios de los ganadores de la última década han tratado de acercar sus ideas a un público amplio sin expertise y lo han logrado. Los Nobel Esther Duflo y Abhijit V. Banerjee relatan en Repensar la pobreza que durante dos años niños kenianos fueron tratados con desparasitantes, y así continuaron asistiendo a clase y pudieron nutrirse. Ya adultos, se comprobó que ganaron en sus trabajos 20 por cientos más que quienes recibieron el tratamiento un año. Con detalles como este, que los premios visibilizan, llevar a la mesa todos los días carbohidratos y proteínas, asistir a la escuela con el estómago lleno, aplicarse vacunas o leer a Rulfo, es posible para las mayorías. James Carville, lo supo ver en 1992: “La economía, estúpido”.


Publicado 8/11/24 en https://espacio4.mx/

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