El genocidio israelí no es solo obra de su estado. Las rutas del dinero llevan a empresas aliadas en varias áreas de la economía.

Desde que el mundo ya no se divide por color, el miedo al diferente, al raro, al de acento extraño, se ha acentuado. Se asimila que el racismo existen sin consecuencias.

La política impulsa la mentira y el control en redes sociales. Eso nos dice la encuesta reciente de la Fundación Reuters.

Cuando justicia y política intervienen en una u otra, la democracia entra a tambalear.

Cuatro tipos entran a desayunar al restaurante de la carretera con sus Uzi bajo el brazo. Custodian a una rubia bonita y sus amigos. Sorpresa e incredulidad. ¿Miedo? El espanto ya no lo conjugamos

Los políticos y gobernantes crean sus enemigos y sobre ellos configuran su existencia diaria para explicarlo todo.

El debate y el disenso se han perdido. Cada quien esgrime su verdad, y no interesa lo que opinen otros. Ese hueco se ha cubierto de autoritarismo. La mordaza acecha.

La digitalización asoma como tabla de salvación ante la burocracia. ¿Y si termina mimetizada?

Cantarle a un criminal, festejarlo y enaltecerlo, no dice nada nuevo. La violencia está normalizada y el negocio ilícito también.

La guerra emprendida por Israel contra los palestinos desarmados la retrata también el arte. La comedia Mo se mete de lleno con humor.

Trump cerró la principal usina propagandística de los gobiernos de EU durante la Guerra Fría. Su historia tiene abundantes claroscuros.

El realismo crudo no sabe de algoritmos, ni ficciones entre bytes y píxeles, ni de inteligencia artificial que modela la vida futura.

El hartazgo de las mayorías ha sido aprovechado por una casta autoritaria. Se necesita de otra rebeldía para neutralizarla.

La cotidianidad del feminicidio puede caer encima a bocajarro.

Pasan los días, los años, y cada número o cada caso, en el terreno de la corrupción o de la impunidad, se apaga en la memoria.

Vivimos en nichos, aunque creamos lo contrario. Nadie nos escucha, nadie nos ve. El algoritmo censura.

¿Cómo se le pone precio a una vida arrasada por la violencia? Todo depende de las intenciones oficiales... y de contar con buenos abogados.

Todos se conocen y todos saben de cada uno en los pueblos. Su límite está en el mundo cercano. Pero las sorpresas suelen saltar cada tanto.

La violencia que no se ve, no existe. Ciudadanos, sacerdotes, empresarios, las víctimas allí están, bajo el fenómeno de su normalización.

Atacar la educación sexual y las minorías es una nueva forma de control del conservadurismo más medieval. Prohibir es su lenguaje más burdo.