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Foto del escritorTerritorios Baldíos

La Condesa



Los árabes, a su paso por España, dejaron una palabra
refrescante ya en desuso: aljibe. Creado para almacenar
agua potable de lluvia, el aljibe es un pozo recubierto
por materiales o piedra que no deja que sea filtrado o
contaminado por las napas subterráneas y así poder
disponer de ella todo el año, en especial en tiempos
en que escasea. Los mayas también crearon los suyos,
le llamaron chultún. Tomar agua de aljibe es un elíxir,
siempre se mantiene muy fresca y no pierde sabor.
Donde hay aljibe, hay techos limpios, porque de allí
baja el agua que se almacena. Y para una ciudad como
México, con temporadas abundantes de aguaceros, en
algunos tiempos fueron ideales. Pero en noviembre de
1922 no fueron suficientes. La planta de bombas de la
Condesa que suministraba el agua a diferentes colonias
de la ciudad había sufrido una avería que la paralizó
durante varios días, lo que obligó a los habitantes a
buscarla en parques públicos o pozos artesianos. Para
las casas con aljibe aquello no sería un problema, pero
un buen número de capitalinos no tuvo otra opción
que salir a protestar.
Resulta contrastante ver a estos obreros con overol, y
ciudadanos enfundados en sus sacos, corbata y sombrero,
marchar por las calles de la Ciudad de México para
reclamar por el servicio de agua, si lo comparamos con
las imágenes cotidianas actuales de las manifestaciones
citadinas. Nuestras calles respiran enojo por los bolsillos
cada vez más raquíticos, porque nos quitan padres, hijos,
hermanos, amigos, porque la educación no alcanza
para todos. Pero no hemos visto que fuera por el agua.
Las advertencias de su escasez por el desarrollo inmobiliario
descontrolado del siglo xx1 no logran aterrizar
en la ciudad, y mucho menos calan en la conciencia los
anuncios de que las futuras guerras detonarán por tener
su dominio. Pero hace casi 95 años estos hombres –la
ausencia de mujeres es notoria– sí reclamaban. Y por
entonces, como ahora, había autoridades omisas, rebasadas
por el problema o con escasas luces, que no daban
respuestas. La inconformidad recorrió varias calles de
la ciudad hasta llegar al Zócalo. Allí se encendió la tragedia.
La Gendarmería Montada, por temor, impericia
o aprovechando la situación, disparó en la noche sobre
la gente, supuestamente porque creyeron que les disparaban
cuando escucharon la explosión que generaba
el magnesio utilizado por los fotógrafos para iluminar.
La reacción fue de furia, el edificio municipal atacado
y su archivo quemado. Más de 5 mil personas acompañaron
al día siguiente hasta el panteón de Dolores a
los muertos por los gendarmes. Era la primera batalla
por el agua en la Ciudad de México.

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