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Foto del escritorTerritorios Baldíos

La calle

Actualizado: 27 mar 2023

Darío Fritz


© Darío Fritz / Ciudad de México, 2020.

En el cruce de una calle de barrio de la ciudad de México con una de sus avenidas más transitadas, el conductor de una camioneta invade sin pena alguna el espacio de los peatones. Estos prefieren rodear el vehículo en silencio por su parte trasera -si lo hicieran por adelante correrían el riesgo que se los llevara por encima la marea de autos de la avenida- para llegar al otro lado de la vereda. Tengo al de atrás, se excusa el conductor. La gente no puede cruzar, le digo. Sus llantas se vuelven a adelantar y el vehículo tapa el paso de la ciclovía. Qué quieres, que vaya de reversa, se defiende. Al menos no te muevas, digo.

Pone cara de no es mi culpa y cierra la ventanilla. Miro a mi alrededor y encuentro dos miradas incrédulas. Otros siguen atentos a que cambie el semáforo. Y los que esquivan a la camioneta intrusa están más pendientes de continuar su camino. Demasiado individualismo, digo en la oficina al comentar el incidente, como si fuera el sociólogo de moda en explicar conductas urbanas. Nadie mostró interés en reclamar el corte del paso, o al menos de poner cara de solidaridad, argumento en trance de peatón frustrado. Tuviste suerte, me dice un colega. Bien pudo el tipo haber sacado un arma y quién sabe cómo terminabas, agrega. Alguna vez, años atrás, un terapeuta me dijo lo mismo por otro reclamo, en este caso como conductor enfrentado con un automovilista que ese día al parecer también como yo se había levantado torcido. El comentario me descoloca. Los peatones parecen más inteligentes en mantenerse en silencio que mi andar de indignación y bocaza desenvainada, digo. Y… sí, me responden indulgentes. Por esos días, en redes sociales saltaban a la luz dos que tres casos de restaurantes turísticos donde no se respetaban los precios de la carta y se cobraban cifras disparatadas por el consumo de cervezas y platos mexicanos. No había derecho al pataleo, tampoco allí. ¿Los meseros y dueños de esos lugares estaban armados? Quién sabe. Algunos meses después, el reclamo por los precios exorbitantes y una propina tacaña le mereció al cliente de otro restaurante una paliza por parte de algunos integrantes del personal del lugar que derivó en su muerte. Estamos acostumbrados a escuchar y convivir con las arbitrariedades de las autoridades o la impunidad del crimen organizado y quienes lo combaten, pero una nueva modalidad se manifiesta: ciudadanos comunes contra ciudadanos comunes. Claro, luego llega la guerra de guerrilla en las calles de Sinaloa y todo se opaca. No te metas en peleas insignificantes, me dice mi compañero de oficina. Y se encoge de hombros.

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