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Foto del escritorTerritorios Baldíos

Gorjeo

Actualizado: 22 jun


Tomislav Peternek - New Year’s morning, Belgrade, Serbia, 1961

Darío Fritz 

La mujer, delgada, rostro seco, ojo de anguila, abre la puerta de la calle. Un mundo de malvones, buganvilias, cactus espinosos, flores de dragón lila y amarillo. Bajo el portal cubierto, de columnas inglesas, baldosas enceradas, una rumba de colores a mitad de la mañana. Perfume de begonias. Del cielo azul de primavera desploman rayos de luz trepidantes. La puerta ajada los retiene y sus vidrios rectangulares disponen un reflejo que azotan alineados sobre una tapia de ladrillos roídos a cinco metros de distancia. Avanzamos desatentos a los últimos gorjeos alrededor de una Nereida de piedra desierta adosada a la fuente de agua. Patio de árboles frutales y tierra gris. Nada dice ella en su marcha ceremonial. Abre la puerta y ofrece ingresar con un ademán. En el fondo de la habitación de paredes celeste el hombre entrecano y ojos aguados saluda ausente concentrado en sus manos. Se adelanta y prepara las partituras sobre la mesa. Espero sentado junto al instrumento musical de cuerpo ocre oscuro afirmado en su soporte. Silencio de conservatorio. Alza sus dedos alargados y da un paso. Escucho el golpe seco que la madera de pinotea amortigua en la caída. El cuerpo se expande largo como en un sueño de noches apacibles. Apenas se queja. Gime. Pierde voz. Giran en el aire notas de cuerdas intimidadas. Zozobras de aliento. El instante que da paso a la ausencia. Con la tranquilidad de quien abandona el concierto en el intervalo. Queda tendido de lado sobre el piso. Los cabellos grises del maestro opacan arrugas. El hoyuelo de la barbilla y unas manchas prominentes en la sien captan el brillo de una lámpara de aceite. Detrás de unos párpados herméticos la mirada de sorpresa denota oscuridad. Observo codo y antebrazo como si eso me exculpara. La mujer de la recepción ha escuchado. Apura el paso sobre tacones cuadrados. Observa del otro lado del vidrio, tapa su boca y abre la puerta con entereza. Le sigue otra mujer de andar subordinado. Salgo. Me ordena salir. En la calle, el peso de una loza cae sobre las piernas. Huellas imperceptibles. El tiempo discurre entumecido como olas en la marea baja. Rechinan neumáticos en los recodos de la primera esquina, el ulular de la sirena desaparece efímero. En dos semanas otra clase. La pesadumbre del regreso. Para entonces, el antiguo violonchelo fracturado habrá recuperado su mástil. El maestro espera.


Publicado en Nagari Magazine

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