La fecha de Semana Santa era propicia, la carga de trabajo decaía a un tercio, el personal recibía dos días de descanso adicionales al fin de semana largo, Julieta no estaría para pertrecharlo de notas y expedientes, Vega Sierra aprovechaba para hacer sus recorridos políticos por su natal Mazatlán… llegó al edificio de la oficina una hora antes del horario previsto de las ocho. Vio de soslayo al guardia mofletudo que le hizo la venia apurado por estar cortejando a la recepcionista con chistes insulsos. Atravesó a paso ligero la sala de ingreso vacía. Antes esquivó la leyenda cincelada en el piso de mármol: “Nada es tan desalentador como un esclavo satisfecho”. Le parecía una blasfemia pisarla. Silbaba “María Bonita”. Pero Anselmo no alcanzó a llegar a la oficina en el quinto piso. Tric. Tric. Tric. Tric. Avanzaba la máquina de escribir. Zuum… Tin. Se había detenido en observar una columna donde estaba colgada su bolsa blanca de un perchero y un texto enmarcado. “No apoyes al enemigo, si hablas con descuido, podrías dar secretos vitales”.
Extracto de "Los secretos se fuman sobre una tumba".
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