Darío Fritz
El presidente recibió a un Anselmo ojeroso con un té de manzanilla y dos tostadas sobre el escritorio renacentista. Aún no se colocaba la corbata. Los rastros de una noche larga con escasas horas de dormir le marcaban las incipientes bolsas bajos los párpados. Ahora sí, más seguros, estaba en Palacio Nacional. Las líneas oblicuas del sol de la mañana pegaban tenues sobre la ancha ventana revestida de madera. La lámpara de araña de cristal y bronce reflejaba sus luces en el piso de parqué. La sombra surcaba las narices de las dos cariátides a espaldas del presidente. Tenía el semblante ganador, como el que le vio la tarde del triunfo electoral, casi cuatro años antes.
–Dicen que tengo dos caras, ¿usted cree Pecile? –le dijo y manifestó un jovial sentido del humor meneando la cabeza–. ¿Cuántas cosas se pueden decir de un presidente, ¿no? ¿Cuál debería usar, ¿esta o la otra? –preguntó al aire con la mirada puesta en el ventanal y se tocó ambos perfiles de la cara con una mano–. Está visto que voy de frente y cumplo con lo que anuncio. ¿O yo no dije en el informe de septiembre que no cedería, sin importar consecuencias? ¿Cuáles dos caras, entonces?
Anselmo hizo un esfuerzo notable para mantener la boca cerrada. Un incipiente bostezo murió allí. Sólo observó. Cuando hablaba de sí mismo era el acostumbrado soliloquio que no requería de comentarios ajenos. El presidente se dio tiempo para levantarse de su lugar y mostrarle un reciente regalo de un empresario que tomó del hueco de la biblioteca entre carpetas y libros gruesos de encuadernación cosida. La caja abierta, revestida por una felpa roja, empotraba una pistola dorada española calibre 380 con su nombre labrado en el cañón. En la empuñadura un águila real devoraba a la serpiente sobre el nopal. La acompañaba un cargador de bronce para seis balas.
–¿Y los gringos… qué han dicho? –preguntó mientras dejaba el obsequio sobre el escritorio.
–Están con nosotros, señor presidente –explicó tajante Anselmo.
Después de revisar la síntesis del informe de tres hojas que Anselmo le entregó en una carpeta sin logo, el presidente hizo un único comentario.
–Fue una noche larga, Pecile, pero necesaria. La noche que estaba esperando. Tendremos Olimpiada en diez días. Este octubre de 1968 quedará para la historia. No me cabe la menor duda. Ahora sí, la cordura ha sido restablecida.
Extracto del libro "Los secretos se fuman sobre una tumba", a propósito del 2 de octubre de 1968.
Foto: Militares custodian estudiantes detenidos durante las protestas de 1968. (Documento fotografiado del AGN)
Komentáře