El tiempo nos pone a debatir sobre lo que somos y queremos de nosotros mismos. Pero en su empleo el ajetreo diario nos lleva a sintonizarlo bajo los mismos rudimentos comunes a todos: el trabajo, el esparcimiento, las horas de sueño, y poco más.

El desparpajo de sentirse intocable siempre cuenta.

54.8 por ciento de la población ocupada se lo debe a la informalidad. Toda una vida puede recorrer ese camino.

La misma matriz del odio de los últimos dos siglos se alza fresca y renovada.

Tanto interés genuino por levantarnos a diario y saber con qué “merde” nos toca amanecer. Mucha merde.

La política impulsa la mentira y el control en redes sociales. Eso nos dice la encuesta reciente de la Fundación Reuters.

Cuatro tipos entran a desayunar al restaurante de la carretera con sus Uzi bajo el brazo. Custodian a una rubia bonita y sus amigos. Sorpresa e incredulidad. ¿Miedo? El espanto ya no lo conjugamos

La digitalización asoma como tabla de salvación ante la burocracia. ¿Y si termina mimetizada?

Hay palabras que se lamentan. Desaparecidos es una de ella. Que sea un fenómeno de esta época nos dice que algo funcional mal.

Las guerras gustan, y más a quien tiene el poder del dominio. Con la certeza de que imponerse es apenas el comienzo de avasallar a largo plazo.

Nunca ha sido fácil ser extranjero. En cualquier terreno sobre el que uno se asiente y bajo la bandera que ondee.

Cantarle a un criminal, festejarlo y enaltecerlo, no dice nada nuevo. La violencia está normalizada y el negocio ilícito también.

El hartazgo de las mayorías ha sido aprovechado por una casta autoritaria. Se necesita de otra rebeldía para neutralizarla.

La ola conservadora mundial no solo encaja en lo político. Las empresas se suman a la cruzada cultural contra los avances progresistas.

Los gigantes tecnológicos esconden arrogancia, pero también el control del poder de las élites millonarias con acciones antidemocráticas.