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Foto del escritorTerritorios Baldíos

Techo de cristal



Hay fotos que gritan, otras que nos hielan o entristecen, están las que nos aburren, las que injurian, desatan una carcajada, nos cargan de nostalgia o explotan en insultos. Hay fotos como esta que destellan por el silencio. Hasta el vuelo de una mosca se escucharía allí. Tanta concentración de las muchachas, si acaso hace sonar pausado el tecleo de sus máquinas. Unas leen distantes e inexpresivas, como la del fondo que al parecer camina parsimoniosa, la de la izquierda y sentada se empalaga con el texto sobre su escritorio, otra se detiene parada a dictar con lentitud, como diciendo con su mano apoyada sobre la adolescente que no se preocupe, poco a poco saldrá todo bien, si pone esmero y paciencia. ¡Tú puedes! Y es que tampoco esa tarea mecánica se resolvía con facilidad a la primera de cambio. Aplicar los diez dedos sobre unos teclados ruidosos requería aplicación. Nadie deseaba arruinar una hoja por una letra o un número que fuera a donde no correspondía en el texto. Los dedos se cansaban y hasta lastimaban. ¿A quién no le sucedía que por un mal cálculo la yema del medio o del anular se incrustara entre tecla y tecla y fuese a parar a los tentáculos de hierro que sostenían el teclado? Los anaqueles nos dicen que las prácticas están avanzadas o al menos el paso de alumnas por allí es nutrido. La heterogeneidad social también está presente. El recato de los vestidos por debajo de la rodilla de la mayoría, las mangas descubiertas y las que llegaban hasta el puño, y los cortes de cabello tradicionales sobre los más modernos, las distinguen entre sí. Silencio y compostura, dicen ellas, estudiantes en una de las aulas de la Escuela Comercial Miguel Lerdo de Tejada, cerca del Museo de San Ildefonso, en el centro capitalino, donde hacia los años veinte del siglo pasado se capacitaban para ser profesionistas exitosas y entrar a un mundo laboral de dominación masculina. Mujeres, que como en tantos lugares, lucharon para ganar un lugar ante la discriminación. Mucho se avanzó, pero la desigualdad persiste. Un techo de cristal, invisible, según la metáfora de los expertos, les impide aún abrirse paso en sus carreras.


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