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Su señoría

Darío Fritz

Bryan Cranston en imagen promocional de Your Honor

El hombre se muestra muy indignado. “Hoy en día, la gente no respeta nada. Antes, poníamos en un pedestal la virtud, el honor, la verdad y la ley…”. Lo dijo allá por 1931. Suelo preguntar a mis alumnos por qué les interesa el periodismo, y más de uno dice que quiere hacer justicia. Darle voz a quienes no la tienen, argumentan. Sabemos de las injusticias de la justicia. La miramos desde fuera y hay razones para verla infectada. Cada cual tiene su óptica. Como los periodistas que contamos historias -pocos de esos alumnos entienden en sus mocedades inocentes que de eso se trata esta profesión- y tenemos una mirada propia de las cosas. La objetividad, del juez por

un lado, del periodista por otro, pasa a ser la mirada de cada quién, pero no la de todos -una pretensión tan desmedida como intentar atrapar el reflejo del agua de un río, describió el colombiano Javier Restrepo-. Y sí, nos rodea la injusticia. La vida lo suele ser. Que el uno por ciento de los ricos genere tanta contaminación medioambiental como casi el cincuenta por ciento de los pobres -datos de Oxfam-Intermón- y que además sean estos quien más padecen sus consecuencia -soportar temperaturas extremas, por ejemplo, bajo techos de láminas contra aquellos que tienen aire acondicionado en cada cuarto o alberca-, habla del capitalismo salvaje. O las cárceles repletas de hombres y mujeres sin dinero para defenderse, mientras que quienes si lo tienen afrontan sus delitos con la ventaja de lograr atenuar condenas, sino es el caso de evitarlas. Las reglas son como las donas, dice un personaje de esa serie imprescindible -hablando de justicia-, Your Honor, es decir, tienen siempre un agujero. En el afán de contar historias, solemos caer en la tentación de convertirnos en un Michael Desiato, el juez lento y progresista de la serie, que encarna el magistral Bryan Cranston, y que se transforma en un lobo despiadado con tal de defender a su hijo. La tentación pasa por algunos en creerse jueces y establecer condenas antes de conocer las pruebas. Un encumbrado exjefe policial mexicano, verdadera síntesis comprobada de lo que muchas veces se habla de esa institución, por corrupción e impunidad, se somete en estos días a excitantes jornadas de traiciones y venganzas de quienes habrían sido sus socios, narcotraficantes y expolicías y funcionarios condenados o ya libres, que sacan a relucir millones de dólares entregados a su benevolencia para que no los apresara, como quien deja una propina al retirarse de un restaurante. En esa bataola de sexis declaraciones ante un jurado estadounidense, donde las evidencias escasean, pero abundan los dichos, ha caído el propio periodismo como supuesto marketinero corrupto del exjefe policial. Otro que se sube a la corriente de linchadores -hagamos leña del árbol caído, dice el refrán-, apunta desde el púlpito más distinguido del país que la estrella de los jefes mafiosos resulta más derecha que el propio acusado, aunque lo hace de manera indirecta, al referirse a sus abogados. “La virtud, el honor y la ley se han esfumado de nuestras vidas”, decía aquel personaje de 1931. Se llamaba Al Capone.


(El enlace a la música, en este caso uno de los temas de Breaking Bad, sólo pretende hacer amena la lectura)

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