Darío Fritz
A finales de los años ‘90 del siglo pasado conocí a varios policías de la fiscalía mexicana que se jugaban el pellejo para que el crimen organizado no sentara sus pies en el país con idénticas fortalezas a las que irradiaba desde Colombia. Lo hacían confiados, con bajo presupuesto, manteniendo a raya los celos militares y con esperanzas de triunfar. Se ganaron la confianza de sus pares estadounidenses y eso les permitía intercambiar información garantizada. Por entonces su enemigo reconocible era la familia Arellano Félix. A varios los escuché referirse con admiración a Giovanni Falcone, aquel juez símbolo de la lucha antimafia en Italia, al cual Salvatore Riina ordenó matar en mayo de 1992 con una carga de 400 kilos de TNT en un puente cerca de Palermo, junto a su esposa y dos guardaespaldas. Falcone era consciente del cerco de la muerte. “La regla es la misma en Sicilia, en América y en todas partes. El hombre más poderoso del mundo si se enfrenta con alguien con el suficiente coraje para tirar en su contra, muere como cualquier otro”, escribió dos años antes de su asesinato. Un investigador osado de ese equipo de la fiscalía, Ernesto Ibarra Santés, sabía de ese tipo de peligros. Se había formado como médico traumatólogo, pero se hizo policía. Su obsesión era llevar a la cárcel a los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix. Buscó recursos donde pudo -un Robin Hood antinarco, según algunos de sus colegas, que no se andaba con remordimientos morales para aliarse con los enemigos de sus enemigos- hasta que en septiembre de 1996 se cumplió también para él la frase de Falcone: sus enemigos se adelantaron y lo acribillaron junto a dos custodios y el taxista que los trasladaba, cerca de sus oficinas en el centro de la ciudad de México. Falcone tuvo justicia. Totò Riina y su gente cayeron en poco tiempo y la Cosa Nostra fue reducida, aunque sigue muy en pie. En el caso de Ibarra Santés hay condenados y muertos, pero al cabo de un tiempo corto esas aspiraciones de someter a la criminalidad fueron desmanteladas.
La conjetura cumplida del intachable magistrado italiano se aplica para infinidad de casos. Como los del valiente periodista Javier Valdés, asesinado en una calle de Culiacán, y la luchadora social Marisela Escobedo, ultimada frente a la sede del gobierno de Chihuahua por pedir la captura del feminicida de su hija. Un empresario de un estado del oriente mexicano intentó algún tiempo atrás que la advertencia de Falcone no se lo llevara también a él. Hombres vestidos de policías llegaron a su empresa y le robaron un camión de mercancías luego de torturar a su empleado. Una venganza política anidaba en sus enemigos. Quien daba las órdenes en el lugar, de acuerdo con la grabación registrada, era un fiscal del Estado. Parte de la familia buscó seguridad fuera del país y el empresario se animó a denunciar a los policías participantes, menos al fiscal. Si lo hago, al día siguiente estoy muerto, dijo. Un suceso más de corrupción e impunidad. Siete meses antes de que lo mataran, Falcone escribió un tratado sobre la esencia de la mafia en el libro Cosas de Cosa Nostra. Advirtió allí: "Se puede perfectamente tener una mentalidad mafiosa sin ser un criminal".
(La música selecciona sólo pretende acompañar la lectura. Saludos).
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