Darío Fritz
Uno de los peores castigos para un preso es que le mantengan las luces de la celda encendidas todo el día. Para Esther Crawford ese no fue su problema. Sobre el piso de alfombra de su oficina el antifaz le cubre de la luz nocturna mientras descansa dentro de su bolsa de dormir, rodeada de patas de mesas y sillas y con la cabeza clavada en la almohada. No se trata de una cárcel, pero el trabajo la ha llevado a eso. Una metáfora de la sobrevivencia en estos días. Trabajo no se consigue y mantener el que se tiene horada la dignidad muchas veces. Un amigo me contó alguna vez cómo a los veinte años -mediados de los ‘80-, pasó una noche sobre tablones en la imprenta donde trabajaba porque no tenía para los pasajes del transporte. Dentro de todo, eran tiempos de empatía con la desigualdad y las adversidades del otro.
Hoy la seguridad de la empresa lo hubiese mandado a la calle. ¿Qué tantas tonterías y prejuicios hubiesen corrido entonces si se tomaba una selfie sobre los tablones y la subía a redes sociales como Crawford? Si para ganarse el pan alcanzara con el sudor de la frente, como dice el libro del Genesis, todos seríamos ricos o no existirían los ricos, pero hete aquí que el 1 % más rico ha acaparado casi dos terceras partes de la nueva riqueza generada desde 2020 a nivel global, es decir, cerca de seis veces más la riqueza en manos del 90 % más pobre de la humanidad. Mientras Crawford dormía en la oficina para acabar pronto con el trabajo acumulado, su patrón, un multimillonario como esos del 1%, ganaba ese día 2,700 millones de dólares. Pero así como ese personaje acumula -en la antigüedad costaba entender que el dinero se reprodujera si sólo se utilizaba como instrumento de cambio-, de un zarpazo un día se desprende de unos 3,000 empleados, entre ellos la abnegada Crawford. Y no es el único, ni el más escandaloso de los casos. Otros han despedido de una sentada 11,000 trabajadores, los menos 2,500. Lo bonito para ellos, y no para los empleados, por supuesto, es que sus amigos o socios en el mundo de las finanzas los premian por deshacerse de personal con subidas de sus acciones en las bolsas de valores. El esfuerzo patronal siempre será rentable, el del empleado una ingenuidad. En los medios de comunicación, aquello es un relato de números acríticos, al día siguiente contarán pletóricos el nuevo ranking perverso de los más millonarios con fortunas superiores a 200 mil millones de dólares, como quien presenta la tabla semanal del campeonato de futbol local.
El esfuerzo patronal siempre será rentable, el del empleado una ingenuidad.
Para restregarnos sobre la cara que tanta alevosía de desigualdad sólo se les permite a ellos, no sólo desinflan de empleados sus empresas, son los que menos impuestos pagan, quienes más contribuyen a la crisis climática y quienes han ganado la batalla contra las regulaciones, sino que también pueden quebrar bancos con la tranquilidad de que los gobiernos los sacarán del mal momento con algún salvataje oportuno. Todos como parte de una misma cofradía: empresarios, inversores, banqueros, políticos y gobernantes. “La libertad para los lobos muchas veces ha significado la muerte para las ovejas”, nos recuerda Joseph Stiglitz. En 2008 la burbuja inmobiliaria se llevó por el traste a banqueros, inversores y especuladores de bolsas del primer mundo y con ellos pusieron en aprietos a la economía mundial. Hubo más pobres, sí. El caso ejemplificador del momento fue el de asesor de inversionistas Bernie Madoff, quien se esfumó más de 65,000 millones de dólares perteneciente a ahorradores y más de un rico. Murió al poco tiempo y solo -sus cenizas no las quiso recibir la familia. Había sido condenado a 150 años de prisión, pero fue el único sentenciado, junto a dos que tres de sus empleados con penas menores. Nadie de las grandes empresas y consultoras que toleraron el desfalco sufrieron el menor rasguño, a excepción de multas insignificantes. Y los reguladores del Estado se libraron de culpas. El delito de cuello blanco apenas paga. Ya en la cárcel, Madoff decía: “el problema es la avaricia: todos querían más y más”. Puede ser que las cosas se estén repitiendo en este marzo de 2023.
(La música elegida de la película "El mago de la mentira" para acompañar la lectura)
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