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Indiferentes

Actualizado: 9 oct 2023


Imagen: Tomada de Keyvan Varesi /Cartoon Movement

Darío Fritz

Hubo un llamado. La voz finita y juvenil preguntó con nombre y apellido correctos. Dijo una ambigüedad que situaba el conocimiento vago sobre la calle y la colonia de la ciudad donde resido. Aunque reacio a seguir la conversación -quién no detesta esos llamados de venta de productos bancarios, regalos de aerolíneas, encuestas, inscripciones a tiempos compartidos de hoteles-, creído e inocentón -de esos momentos idiotas en que las defensas están bajas para confrontar con los asaltos telefónicos del consumismo-, lo dejé hablar. Se me hizo que alguna autoridad del gobierno de la ciudad intentaría explicarme mejoras para la colonia. ¿Por qué si nunca consultan para nada? La voz delgada, de trazo sencillo, parecía pedir permiso en cada oración, y dio paso a otra, que le permití hasta con balbuceos. Del otro lado de la línea del celular, el tono saltó a una voz carrasposa, adulta. Lo imaginé sobre un escritorio vacío, calvo, excedido de peso, la papada como una bolsa en caída libre, con la corbata desajustada. Repitió vaguedades como el joven y agregó que le gustaría conocerme para ver futuros negocios. Me mantuve en silencio y confundido. Qué negocios podría hacer alguien acostumbrado a hacer de la vida diaria una revisión de lecturas, entrega de calificaciones semanales, a la espera cada quincena de ingresos desafortunados. ¿Sabe qué es la Unión?, dijo el otro en tono firme y displicente. Sí, dije, como si fuera eco. ¿Se está refiriendo a los que extorsionan comerciantes?, reaccioné aún en silencio. Iluso, me dije. La respuesta llegó sin solicitarla. “Usted está con la Unión o en contra”, dejó caer. ¿Cuándo nos reunimos? Un cubo de agua helada caía como trozos de hielo de la cabeza a los pies. Desperté. “Señor, váyase al carajo”, alcé la voz, instintivamente, con algo de dejo diplomático angustioso. Corté. Ahora no pensaba, sólo la intuición me movía. Hubo otro llamado que llegó de inmediato del mismo número y varios más en días posteriores. Los evité. Una amiga, entrenada desde el periodismo en esos mundos que a diario asaltan la razón, trajo tranquilidad. Los que conocen de esas menudencias criminales aconsejan no hacerle caso, no tienes el target para preocuparte, avisó.

“Hay por lo menos ciertas tinieblas predilectas/ que merecen su propia lámpara de oscuridad”, dice el tremendo poeta Roberto Juarroz en el cierre de uno de sus poemas. Allí queda en ese intento de extorsión telefónica, invisible, a la espera de que no se encienda. La extorsión, tercer delito en importancia, según los datos más recientes, continúa de plácemes. Sólo el 2.6 por ciento de las víctimas recurre a realizar una denuncia -el registro da cuenta de poco más de cinco mil casos en 2022-, mientras que la confianza social en quienes deben llevar a cabo las investigaciones y aquellos que imparten justicia está cerca del 60 por ciento. Las cifras no están nada mal si se las compara con otras instituciones de seguridad como los militares que si bien reciben un apoyo ciudadano de hasta el 80 por ciento, no se tienen que embarrar en los lodos de dilucidar casos y castigar.

A pesar de que la inseguridad es la principal preocupación social -ya lo era en 2015-, los datos oficiales dejan bien paradas a las instituciones militares y policiales. Intranquilo por el pago de la renta o la hipoteca, los gastos escolares de los hijos, el pluriempleo, las cuentas personales, cada uno sobrevive a su mundo como puede. La indiferencia, dice uno de sus defensores, el filósofo francés Alain Cugno, es volver la mirada hacia lo que hace el otro y conservar un “espacio donde respirar… no verse afectado por los demás”.


(La música elegida sólo pretende acompañar la lectura. Saludos).


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