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El último tranvía



Quizá esta foto pueda considerarse la última en la que un par de mulitas inmutables reciben los honores de agradecimiento por sus servicios. Un grupo de exaltados estudiantes –obviamente no hay mujeres–, festejan su inminente retiro. Corría el 24 de noviembre de 1932 y no sólo se pensionaban ambos animales, por decirlo de alguna manera, sino también el carromato que jalaban a diario desde la estación en la calle Granada hasta la de El Carmen en el centro de la ciudad de México. Era el último tranvía tirado por mulitas que la modernidad de la época quitaba de circulación después de varias décadas de servicio –desde mediados del siglo XIX– con generoso éxito. El mismo presidente Lerdo de Tejada lo utilizó en diversas ocasiones, claro que fue en sus tiempos de relumbre cuando los asientos lucían forros de terciopelo, de acuerdo con la crónica periodística de aquel día. La realidad indicaba que el tranvía ya había dado de sí. Un frutero era su único y solitario cliente. La propia Compañía de Tranvías se tomó la clausura del servicio con abundante ironía y sarcasmo en una esquela publicada en la prensa. Allí llamaba a los lectores a asistir a las “honras fúnebres” para “despedir cariñosamente a este humilde y leal trenecito que sirvió al público durante muchos años”. A las 17 horas, anunciaba, “será conducido el interfecto a su última morada”. De las mulitas no se supo más. Si fueron enviadas a pastar o a emprender alguna otra actividad más sencilla que esquivar en las calles autos a motor, como dar vueltas alrededor de una noria. Eran afortunadas. Todavía en los años cincuenta, algunas colegas daban el servicio en ciudades de provincia como Celaya.


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