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El abismo

Darío Fritz


Ilustración: IFran

Es la economía, estúpido. Esa frase tan trillada en la política, al menos entre quienes están en ella o la siguen, quizá ajena a la mayoría de la población, ha sido aplicada en toda su extensión en Argentina. Aquella frase con la cual Bill Clinton resumió de su campaña electoral, y supo entender las preocupaciones de los estadounidenses para enfrentar al presidente George Bush, la han hecho carne los argentinos para encarar los próximos cuatro años de sus vidas puestos en manos de un outsider de la política, que con propuestas ultraderechistas los convenció de que él es el camino. Un camino que ha estado sembrado en los últimos ocho años por inflación constante, pérdidas de ingresos salariales, disminución de la capacidad de consumo, inestabilidad laboral, compromisos de deuda con bancos e instituciones de crédito extranjeros impagables. Pero también de derechos adquiridos desde que en 1983 se recuperó la democracia. Ante ello poco importó si el personaje outsider y sus cercanos se declaraban a favor de vender órganos y niños, armar a la población, negar la enseñanza sexual en escuelas, privatizar la salud, la educación y ríos o mares, vender propiedades del estado y reservas energéticas, calificar al Papa de comunista, que sus libros sobre economía sean plagios o que en una pasantía en el Estado haya sido despedido por mentiroso e incapaz, que justifica a la última  dictadura cívico-militar y la desaparición y asesinato de personas, que se niega a defender la democracia, compara a personas gay con quienes quieran tener relaciones sexuales con elefantes, insulta mujeres y discapacitados en público, defiende al enemigo del país en Malvinas, califica de aberración la justicia social, llama zurdo de mierda o bosta a quienes piensan distinto que él, promete destruir la moneda nacional y el Banco Central, se niega a vincular con aquellas naciones con ideas políticas diferentes, se llamen China, Rusia o Brasil -aunque sean las principales socias comerciales del país-, que al primer presidente de la democracia, Raúl Alfonsín, lo denostara al punto de usar una figura de él como punchin ball, que defiende a la mafia porque no miente y es competitiva, que es un negacionista serial: de los derechos de inclusión como el aborto, del matrimonio igualitario, del cambio climático.

Es la economía, estúpido, dijeron una mayoría de argentinos, cerraron los ojos, se lanzaron a una creencia mística y abandonaron toda defensa de valores humanos y personales por una salida individualista. El domingo en la noche, al anunciarse su triunfo y aceptar su contrincante la derrota, el outsider advirtió a los que se resistieran a sus decisiones que dentro de la ley todo y fuera de ella nada. Una típica amenaza de que habrá violencia contra quienes se le opongan. “Seré implacable contra quienes quieran privilegios”, dijo ante futuros conflictos sociales. Sin mayoría en el Congreso y dificultades para alcanzarla, cerrar el Parlamento para gobernar por decreto no resulta una hipótesis descabellada. Para imponer sus ideas -contradecirlo lo vuelve fúrico- requiere de fuerza pública, y para eso tiene el antecedente de manifestar que los militares sólo cometieron excesos en el pasado, lo cual ha sido bien recibido, en tanto no ha desmentido a su vicepresidente electa -abanderada de todo ese pasado siniestro- de que en tiempos de crisis se gobierna con tiranía.

Es la economía, estúpido, dijeron 14 millones de argentinos que lo votaron -56 por ciento de la población-. Cerraron los ojos, rompamos la canastilla, se entusiasmaron, aunque nos lleve las buenas cosas que tenemos, y se lanzaron al abismo a ver si allí encuentran algo de lo que dice el outsider Javier Milei y los salve de penurias. Pero de los abismos no se regresa.

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